NUEVO BLOG!

Luego de su extraña desaparición y de su estrepitoso fracaso como escritora de policiales, Jules vuelve a lo que mejor le sale...sufrir! Acudan a su nuevo grito de auxilio en el mundo blogger...

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avatares...no hay que ser muy diestro para notarlo, quedará sin efecto hasta nuevo aviso...

... desde que abría los ojos por la mañana empezaba a esperarlo ya durante todo el día, acechaba todos los ruidos, se incorporaba sobresaltada, no le cabía en la cabeza que no llegara. Luego, a la hora de la puesta de sol, cada día más triste, ya lo único que deseaba era que llegara el día siguiente.


Gustave Flaubert, Madame Bovary.

martes, 6 de mayo de 2008

El aprendizaje

Lógicamente uno nunca se hace solo en esta vida. Y convertirse en un alma solitaria no es la excepción. Muchas personas contribuyen gratamente a esta saludable experiencia.

Yo sueño con la media naranja desde los tres años, por lo menos. Pero claro, ni al principio fue facil. De mi primer gran amor recuerdo poco y nada: lo conocí en la playa, calculo que por eso sólo retuve la imagen de su short hiperajustado y su pelo en pecho. Era italiano. Casado y cuarenta años mayor que yo. Mal comienzo. Mis padres me contaron que cuando el tano me daba la mano en un gesto tierno, paternal, yo estallaba en un mar de lágrimas, desconsolada por la vergüenza.

Siempre lloré por los hombres, esa es mi reacción alérgica.

Cuando tenía seis años conocí a Luisito, el vecino de la quinta. Siempre me enamoraba en verano, estudiaba en un colegio de monjas dónde no había espacio para la testosterona.
Luisito era un poco mayor, no tanto como el tano, pero lo suficiente como para que sólo viera en mí a una posible amiga de su hermanita menor.

Ser una niña fue el principal obstáculo para todos los amores de mi infancia.

Por ejemplo el mejor amigo de mi hermano, a quién vamos a dar un nombre ficticio, no sea cosa que después de casi veinte años vaya a saber que una lo amaba en secreto. A quién engaño, mi familia nunca fue demasiado propensa a los secretos. El día que supe que me gustaba Rogelio Duarte, que me gustaba en serio, que estaba dispuesta a casarme para toda la vida, con el indispensable consenso de mis padres, claro, tenía sólo diez años. Ese día entonces, habrá sido una mirada distinta, un rubor, una sugestión mientras lo miraba patear esa pelota con la energía exagerada del puber, mis ojitos que se deshacían en esa contemplación, y mi hermana que me dice: a vos te gusta Rogelio. Zas, para qué. De mi hermana a mi vieja, de allí a mi tía, mi tío, primo, hermano y, finalmente, a Rogelio. La bola corrió como por una pendiente del monte Everest. Fui el hazmerreír de la familia toda, la chiquilina enamoradiza.

Y como Rogelio era bastante buenmozo, tenía esa confianza inusitada a una edad en que uno se tortura más por el acné que por las cuitas amorosas. Y creo que hasta lo divertía el asuntillo de tener una enamorada tan leal y obsecuente. Ojo que fui constante con mi amor, pasaron años y mis compañeritas del colegio de monjas empezaban a darse sus primeros besos, a tranzar le decían. Y yo no tranzaba nada. Entonces me lo inventaba. Que vino Rogelio un día a visitar a mi hermano y me interceptó en un pasillo de la casa, me arrinconó contra la pared y ahí mismo me estroló la cara de un beso. La fantasía no tenía límites, aunque sólo yo me la creía. Mis amiguitas me miraban con cara de desconfianza, a la distancia creo que sospechaban porque eran escenas demasiado audaces, demasiado perfectas. Y entonces me empezaban a aíslar, yo era la tontita que se inventaba romances, y ellas las piolas bárbaras que los vivían en el mundo real.

Ah Rogelio, lo que sufrí. Máxime que era un ganador que no paraba de tener novias. Le conocí una decena por lo menos. Y cada vez que alguién me venía con el cuento, lloraba. Había creado mi primer ex.

Ahora sé que está en pareja y tuvo un hijo, y no crean que no me duele. Siempre tuve la esperanza de que algún día me correspondiera.

A los quince salí de ese cuento de hadas, del país del príncipe Rogelio, y me enfrenté a la calle. Saqué el registro, como quién dice, cuando tuve mi primer amor, real real: Iván Raskievick.

Los que saben, dicen que para manejar bien hay que saber utilizar los espejos. No sé nada de autos, pero creo que en este consejo reside la clave de todo este asunto (claro que hablo de las relaciones amorosas, pero bien puede valer para el automovilismo), y la clave es la anticipación.

Toda mi relación con Iván fue un cartél con luces de neón que anunciaba la salida final. Me enamoré del sujeto en cuestión, de a poco, gracias a las sincronías, a las casualidades si les gusta más. Qué me lo encontraba en una fiesta, que me lo cruzaba en el shopping, que mi madre había sido vecina de su madre en la adolescencia, que mi padre era colega de su padre. Cuando me quise dar cuenta, ya estaba empañando los vidrios de su coupé. Ojo que no pasó de eso, calculo que yo era demasiado chica y él demasiado tonto. Porque vamos, a esa edad un No, no es algo a lo haya que darle mucha importancia. Pero considerando que mientras me dejaba en mi casa después de cada cita, iba combinando con sus amigos la hora de encuentro en el boliche, y que después desaparecía por quincenas enteras...y bueno, así aguanta cualquiera.

Hasta que llegó el día en que la tierra se lo tragó por completo. Yo me preocupé, pero a esa edad todavía guardaba algo de orgullo y me mordí la lengua y los codos para no llamarlo. Pero como me faltó morderme los dedos, lo llamé. El muy noble me explicó el motivo de su ausencia. No, no había sido víctima de un secuestro, ni lo habían abducido una legión de marcianos. Tampoco había naufragado en alguna isla desierta del Tigre. Simplemente había conocido a otra chica.

Le expresé mis más profundos deseos de felicidad eterna, en otras palabras, que por mí podía morirse en ese preciso instante. Y corté. Y nunca más volví a hablar. Quizás lo haya llamado alguna que otra noche de deseperación, quizás lo haya agregado estas últimas semanas a mi msn, para chatear alguna que otra noche de soledad. Pero son detalles, minucias que no hacen a la historia.

A la distancia, el perdón es inevitable. Sin rencores muchachos, después de todo, fueron sólo un par de lágrimas derramadas por aquí y por allá. Amores no correspondidos no son amores.

A Dios gracias después me amaron mucho. Y conocí esa sensación del pecho cuando se abraza a alguién que se quiere con locura. Y después el dolor del desamor, del pecho que se cierra en un asma.

Alguna vez oí hablar de una maldición gitana que dice: "ojalá te enamores". Lo pienso y me da escalofríos. Estar maldita sería hoy una gran bendición.