Termina el año y nos ponemos sentimentales, ninguna excepción escapa a esa regla. Para evitarlo, me he procurado dosis bastante elevadas de alcohol en sangre.
Pero no, una vez más debo admitir que mis estrategias han sido inútiles, porque ni el brindis por doquier, ni las compras compulsivas, ni las trasnochadas violentas y las siestas obligadas, han sido eficaces: todavía siento.
Una vez detectado este nuevo fracaso le pedí disculpas a mi hígado y encaré nuevamente la penosa tarea de ver qué carajo me pasa.
En eso estoy, viendo qué peligrosa trama se anuda en mi pecho. ¿Habré caído nuevamente en las redes del amor? Eso es, por cierto, inevitable. Ya he dicho, mi energía neptuniana me hace ser bastante romanticona, y si, en uno de esos avatares del cosmos, me llego a cruzar con un hombre de mi misma naturaleza, zácate, "Lo que el viento se llevó" un poroto.
Podría estar de suspiro en suspiro, como cada vez que construyo un príncipe azul en un hombre perfectamente cotidiano, defectuoso y real. Pero no, la verdad es que la amenaza del candado persiste.
¿Qué quiero decir con esto? Desde que tengo uso de razón fui una mujer volátil y enamoradiza, del llanto despechado a flor de piel, de las cartas de amor no correspondido, en otras palabras, siempre fui bastante pelotuda.
Nunca tuve mayores inconvenientes con los te amos, sos el hombre de mi vida (frase que debo haber dicho por lo menos en tres noviazgos), y comentarios de ese mismo tenor.
La última vez que me enamoré hasta la médula, de Martín, creí que era absolutamente sincera. Pero yo tenía un viaje programado (era casi laboral pero significaba mucho más que eso), y decidí irme de todos modos, aún conociendo los riesgos, casi con espíritu temerario me fui.
Desde luego el romance es mi modo de vida, y a los tres días de mi estadía en Perú, me enamoré como loca de un peruano divino. Igual me lo reprimí, no fue tan grave, con los años me voy conociendo y sé que enceguecerme por un hombre no me representa ninguna dificultad, pero el compromiso, uf.
Por eso, porque tenía que madurar de una buena vez, me comprometí a una relación a distancia con un hombre al que sólo había conocido por tres meses, pero del que sin duda estaba enamorada. Cuando volvimos a vernos, luego de otros tres meses (sólo la mitad de nuestra relación había sido en presencia) todo aquello ya no estaba...
Yo no quise creerlo, que los te amos, los balcones bajo la lluvia, las caminatas interminables, los bares, los besos, todo había sido devorado por mi ausencia, quedando reducido a otro romance explosivo, pero fugaz.
Y no lo creí por mucho tiempo, él tampoco, hasta que, dos años más tarde, tomó el coraje para cruzar esa puerta, y no volví a verlo, nunca más. Claro que nos quisimos mucho, pero casi a la fuerza.
Después de pensar todo eso me digo: guarda, ¿vos sabés de qué corno se trata el amor? y tengo que reconocer que ni la más pálida idea tengo al respecto.
Estas son algunas de las reflexiones traumatizantes de fin de año, ...¿aprenderé a amar con desapego, con madurez?, ¿o mis sucesivos fracasos me han dejado imposibilitada para la entrega amorosa? ¿pero alguna vez me abrí realmente a alguien? ¿y a mí misma?
Y así me torturo, hasta que no aguanto más y pido una copa de champán, vodka, whiky, lo que sea.
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Hace 9 meses