NUEVO BLOG!

Luego de su extraña desaparición y de su estrepitoso fracaso como escritora de policiales, Jules vuelve a lo que mejor le sale...sufrir! Acudan a su nuevo grito de auxilio en el mundo blogger...

http://www.cabecita-de-novia.blogspot.com/

avatares...no hay que ser muy diestro para notarlo, quedará sin efecto hasta nuevo aviso...

... desde que abría los ojos por la mañana empezaba a esperarlo ya durante todo el día, acechaba todos los ruidos, se incorporaba sobresaltada, no le cabía en la cabeza que no llegara. Luego, a la hora de la puesta de sol, cada día más triste, ya lo único que deseaba era que llegara el día siguiente.


Gustave Flaubert, Madame Bovary.

martes, 30 de diciembre de 2008

Venus sobre Neptuno: un clásico.

Termina el año y nos ponemos sentimentales, ninguna excepción escapa a esa regla. Para evitarlo, me he procurado dosis bastante elevadas de alcohol en sangre.

Pero no, una vez más debo admitir que mis estrategias han sido inútiles, porque ni el brindis por doquier, ni las compras compulsivas, ni las trasnochadas violentas y las siestas obligadas, han sido eficaces: todavía siento.

Una vez detectado este nuevo fracaso le pedí disculpas a mi hígado y encaré nuevamente la penosa tarea de ver qué carajo me pasa.

En eso estoy, viendo qué peligrosa trama se anuda en mi pecho. ¿Habré caído nuevamente en las redes del amor? Eso es, por cierto, inevitable. Ya he dicho, mi energía neptuniana me hace ser bastante romanticona, y si, en uno de esos avatares del cosmos, me llego a cruzar con un hombre de mi misma naturaleza, zácate, "Lo que el viento se llevó" un poroto.

Podría estar de suspiro en suspiro, como cada vez que construyo un príncipe azul en un hombre perfectamente cotidiano, defectuoso y real. Pero no, la verdad es que la amenaza del candado persiste.

¿Qué quiero decir con esto? Desde que tengo uso de razón fui una mujer volátil y enamoradiza, del llanto despechado a flor de piel, de las cartas de amor no correspondido, en otras palabras, siempre fui bastante pelotuda.

Nunca tuve mayores inconvenientes con los te amos, sos el hombre de mi vida (frase que debo haber dicho por lo menos en tres noviazgos), y comentarios de ese mismo tenor.

La última vez que me enamoré hasta la médula, de Martín, creí que era absolutamente sincera. Pero yo tenía un viaje programado (era casi laboral pero significaba mucho más que eso), y decidí irme de todos modos, aún conociendo los riesgos, casi con espíritu temerario me fui.

Desde luego el romance es mi modo de vida, y a los tres días de mi estadía en Perú, me enamoré como loca de un peruano divino. Igual me lo reprimí, no fue tan grave, con los años me voy conociendo y sé que enceguecerme por un hombre no me representa ninguna dificultad, pero el compromiso, uf.

Por eso, porque tenía que madurar de una buena vez, me comprometí a una relación a distancia con un hombre al que sólo había conocido por tres meses, pero del que sin duda estaba enamorada. Cuando volvimos a vernos, luego de otros tres meses (sólo la mitad de nuestra relación había sido en presencia) todo aquello ya no estaba...

Yo no quise creerlo, que los te amos, los balcones bajo la lluvia, las caminatas interminables, los bares, los besos, todo había sido devorado por mi ausencia, quedando reducido a otro romance explosivo, pero fugaz.

Y no lo creí por mucho tiempo, él tampoco, hasta que, dos años más tarde, tomó el coraje para cruzar esa puerta, y no volví a verlo, nunca más. Claro que nos quisimos mucho, pero casi a la fuerza.

Después de pensar todo eso me digo: guarda, ¿vos sabés de qué corno se trata el amor? y tengo que reconocer que ni la más pálida idea tengo al respecto.


Estas son algunas de las reflexiones traumatizantes de fin de año, ...¿aprenderé a amar con desapego, con madurez?, ¿o mis sucesivos fracasos me han dejado imposibilitada para la entrega amorosa? ¿pero alguna vez me abrí realmente a alguien? ¿y a mí misma?

Y así me torturo, hasta que no aguanto más y pido una copa de champán, vodka, whiky, lo que sea.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Las sábanas rojas de mi amigo Totó

La cosa con el Cinéfilo se enrarece más y más, con el correr de los días.

Vayamos al inicio de la saga Totó y Jules, unidos por el desamor. Primero, antiguos compañeros de un curso de teatro, que se reencuentran luego de varios años y varios chats, para embriagar las penas de la soledad, en el balcón de Jules. Y en los bares, y en todo sitio dónde se expenda bebidas alcohólicas para mayores de 18 años.

Lógicamente, de la protesta enardecida, del puteo incensante a la ex de Totó, a la carcajada frenética, siempre hay un sólo paso que, con semejantes niveles de alcohol en sangre, uno ni se da cuenta que camina, o cuándo lo camina.

Porque se desahogaban, y porque se reían como locos, esos borrachos se hicieron, al poco tiempo, amigos entrañables.

Fue entonces cuando comenzó el famoso intersticio. http://avataresdeunachica.blogspot.com/2008/11/intersticios-o-la-mentira-de-tot.html

Antes de ingresar en la órbita feromónica, yo podía contar con el cinéfilo 24 horas al día, para que me hiciera olvidar un poco de mi ausencia de abrazos. Entonces me visitaba, nos tomábamos unas cervezas en mi caluroso balcón, y luego se iba. Yo nunca dudaba de que se iba a despedir sin tocarme un pelo. Era fantástico. Porque cuando se iba, efectivamente, me duraba la alegría por horas, como si la compañía de Totó fuese clave para empezar a aceptar mi soledad.

Luego, porque sí, se desató esa tempestad de besos y abrazos, a la que fue tan difícil acostumbrarse. El sexo con el cinéfilo siempre fue torpe, por la sencilla razón de que ninguno de los dos podía dejar de pensar. En qué, es un misterio. Pero los besos eran maravillosos, nos pasábamos horas besándonos en el sillón de casa, como si en un flash-back adolescente, Mamá estuviese siempre a punto de volver.

En algún momento, uno de los dos se asustó (creo que fui yo) de la posible gestación de un romance, en tiempos dónde, por tener el corazón alicaído, el romance es una mala palabra, la peor. Máxime que hay algunas ideas tontas que no logro desalojar de mi cabeza, por ejemplo la que sigue: que el romance se sostiene en la ilusión y la mentira. Y qué posibilidades tenía yo de mentirme respecto al cinéfilo, si sabía que él mismo estaba despechado con todas las mujeres del universo, y que todavía no lograba sacar la ropa de su ex del placard.

Así que me alejé, no es que dejara de atenderle los llamados o aceptarle sus propuestas, sólo que me entristecí, por motivos insondables, y me cerré.

Cosa que en almas mas o menos sensibles, nunca pasa desapercibido, porque puedo estar diciendo las exactas palabras, con el mismo tono de siempre, pero es algo en mi piel o en mis ojos, que se apaga.

Luego de varios días, Totó me increpó por teléfono, me reprochó mi distancia, o simplemente me dijo, no te alejes, y algo se me soltó, con esa tontería. Lloré por lo bajo, como cada vez que me percato del auto-encierro, y después me alivié. Acto seguido, me invité a dormir a su casa, porque hace siglos, desde Martín por lo menos, que no duermo con alguien. Le dije así, textual, hace siglos que no duermo con alguien y temo que me haga mal. El se río y me preguntó, cuando querés venir. Yo le dije, ¿hoy podés?

Así que fui nomás a conocer su casa, y estábamos tan entusiasmados como niños en un pijama party. Claro que previamente tuvimos que ver dos películas en el living porque ninguno de los dos se animaba a abordar la habitación.

Además con Totó no tenemos habilitados los besos porque sí, entonces no deja de ser extraño ponerte en ropa cómoda para dormir con alguien al que no besaste en toda la noche.

Para cuando terminó la segunda película, yo ya estaba profundamente dormida en el sillón, así que el pasaje al cuarto fue casi sonambúlico. Ahora, apenas tomé contacto con las sábanas del cinéfilo entendí todo. Eran frescas, rojas, tan suaves, creo que nunca había tenido esa sensación tan de verano al acostarme.

Lo que entendí, finalmente, es que en esas sábanas podía descansar, y que ya no había razón para estar a la defensiva.

Cecé podría decir que al entrar en contacto con el verdadero mundo de Totó, y no con los mundos alucinados que construye mi cabecita fóbica, pude relajarme y salir, por un momento, de mi encierro.

Como sea, son unas sábanas maravillosas.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Consuelo de tontos

La otra noche con Cecé, tuvimos una cena romántica, romanticona.

A no entusiasmarse mis queridos lectores, que lo que sigue no es ningún relato porno-lésbico, a la manera de Anais Nin (escritora que, en otro orden de cosas, recomiendo enfáticamente para jornadas masturbatorias). Sencillamente salimos tarde y hambrientas de nuestra clase de teatro, y dominadas por el espíritu de la improvisación, terminamos sentando nuestros culos famélicos en una de esas terracitas conchetas de palermo, so-ña-da.

Apenas entramos, mientras la recepcionista nos mostraba el lugar, Cecé y yo proferimos todas clase de grititos y frases entusiastas: ahhhhh, qué lindooooo, mirá la terraza, mirá la luna, ayyyy. Es que evidentemente tenemos atraso de citas; en lo que a mí respecta, la última vez que fui a un lugar paquete, el sujeto que tenía enfrente examinó la cuenta con tal mal gusto, que me obligó a decir: mirá que podemos compartir los gastos. Horrible. Y no es que me sienta completamente eximida de pagar una cena, si con Martín lo hacía religiosamente. Pero en una primera cita, qué necesidad hay de hacerme sentir que soy una compañía demasiado cara, por favor.

En este caso, como las dos somos clase media media, con aires (según dice Cecé), estábamos provistas de nuestros respectivos plásticos: que pague el banco, y después se verá.

Vino, sabores exóticos, parejas apasionadas; todo un espectáculo para nuestros sentidos adormecidos por la soledad. A la segunda copa admitimos, qué lindo sería venir acá con un hombre, y creo que nos odiamos un poco por ser dos solteronas que se tienen, exclusivamente, la una a la otra.

La soltería de Cecé es bastante más indescifrable que la mía. A ver, yo todavía estoy penando la desilusión de mi ruptura con Martín, defendiéndome lo más que puedo de los ataques masculinos, si por casualidad ocurre alguno. En un plano más concreto soy una mujer grandota y de aspecto dominante, lo que rara vez resulta atractivo para el sexo opuesto. Cuando digo grandota, en realidad pienso en gorda, pero repartida, gracias a mi longitud considerable, que me convierte en algo así como tres modelos juntas, o cuatro. No es que me interese proyectar una imagen pasarelesca, pero mi cuerpo no conoce la fragilidad, lo que a veces, la mayor parte del tiempo, no está a tono con la parte de mi ser que carece de forma (¿el alma?) siempre a punto de romperse. En definitiva, mi cuerpo me contradice, qué inconveniente.

Pero el caso de Cecé es radicalmente distinto, yo la miro y pienso que es todo lo que un hombre podría desear. Es her-mo-sa, coqueta, inteligente, graciosa; es el tipo de persona que embellece el mundo, y no en un sentido superficial de magazine de modas, sino con esa clase de belleza que imita al arte, o mejor dicho, de la que el arte intenta dar cuenta. Porque más allá de la armonía genética, sus gestos, sus movimientos, tienen esa gracia y magnetismo madonesco, que quitan el aire. Yo, si fuera hombre, la adoraría, y ojo que siendo mujer la adoro bastante, hasta dónde mi psiquis represiva me lo permite, al menos. Y sin embargo está sola y con unas ganas locas de dejar de estarlo.

Y así como ella, estoy rodeada de una legión de solteras blandiendo la bandera de "mejor, mal acompañadas", pero que siguen solas, obsesionadas con imposibles: tipos casados con otra, o con dios, o alienigenas, cualquier cosa que redunde en una traba para concretar la unión amorosa. También están las avocadas al éxito profesional, que ocupan poderosos escritorios de gerente en tal o cual multinacional, trabajando de lunes a lunes, pero que también, de tanto en tanto, me lloran su soledad. Porque las mujeres a las que me refiero son mis amigas, nada de esto lo leí en la cosmo, eh. Aunque podría haberlo leído perfectamente, porque así de boludas nos ponemos las mujeres cuando nos sentimos tan, pero tan profundamente solas.

Así me siento hoy, al menos, sufriendo por el gran desencuentro al que estamos condenados los seres humanos. Preguntándome qué hay más allá del reino encantado de la bella durmiente, qué viene después de la desilusión, de la mentira de Walt Disney, y si alguna vez maduraré lo suficiente para verlo.

Triste por Cecé, por mí, y por todas aquellas que todavía soñamos con un final feliz, cada vez más cercanas a la bruja que a la princesa. Combatiendo la tristeza con cenas románticas entre amigas, y mucho, mucho alcohol. Solas y desencantadas. Desilusionadas, endeudadas, mujeres frágiles o fálicas, con los nervios de punta y el corazón roto.

Jodidamente solas.

martes, 9 de diciembre de 2008

Pedro y La Maestra

El viernes pasado fui abducida de mi presente por la máquina del tiempo, que me vomitó sin escalas en los pasillos de Puán, mi vieja universidad.

Vayamos al principio, hará cosa de un mes recibo un mail de La Maestra, mi amigota de ese entonces, protestando porque hace siglos que no nos veíamos, y ya era hora de concretar el reencuentro. En el mail estaba copiado Pedro que, si me leen prolijamente, sabrán que es el bendito celestino que introdujo a Carlos Bovary en mi vida. (http://avataresdeunachica.blogspot.com/2008/10/el-amor-es-pura-sincrona.html)

Todos contestamos al unísono que seeeeeeee, que definitivamente era hora de vernos y rememorar viejas épocas...Así que empezamos a proponer fechas, que este viernes yo no puedo, que el próximo mengano no puede, y así sucesivamente, hasta que el reencuentro se postergó un mes. Vicios de la edad adulta, que le llaman.

A mí esas cosas me dan mala espina, porque los que me conocen saben que no puedo programar ni con dos días de anticipación. ¡Encima un mes! en un mes me pueden pasar tantas cosas...

Me las ingenié para olvidarme durante todo ese tiempo, y casi ni revisar la casilla de mail, o si la revisaba, leer como al voleo los mails que solicitaban confirmación del evento. Después los contesto, me decía, y mientras me sumergía cada vez más en mi actitud evasiva ante el pánico de enfrentar el pasado.

En la semana del día D, siguiendo con la pantomima de estoy muy ocupada para responder mails, recibo un mensaje de texto de La Maestra: si no venís, te mato.

En definitiva, el miedo opera siempre en mí, en todas sus formas, por lo que fui. Desde luego, dos horas más tarde de lo pactado.

Era un manojo de nervios, hace cinco años que no los veía, y sabía que venía la pregunta obligada: ¿qué es de tu vida tanto tiempo? Y yo que en todo el trayecto hasta la casa de La Maestra ensayaba posibles respuestas...a ver, me recibí de arqueóloga y me fui a trabajar a Egipto en una misión contra la privatización de las pirámides, o bien, soy psicóloga y acabo de publicar mi libro Cien ensayos sobre Freud, que es un éxito en todas las librerías. Luego me propuse ir con la cruda y real realidad: en aquél entonces soñaba con ser actriz y escritora, hoy sueño lo mismo, pero un poco más desencantada. Integro la legión de trabajadores llamados poéticamente golondrinas, y claro que con tanto picoteo avícola dificilmente llegue a fin de mes. Además estoy sola, que no es un además, sino un principalmente.

Ninguna de estas pruebas pilotos fueron necesarias, porque apenas llegué a la casa de La Maestra se desató una fiesta de abrazos y gritos de emoción. Encima fue bajar la mirada de su rostro y ver que ostentaba una panzota de siete meses. La muy turra nos había preparado esa sorpresa, porque ni mú había dicho del asunto que se gestaba en su vientre.

Yo colapsé, la ví tan feliz que no pude menos que contagiarme de tanta dicha y sacar a relucir mis frases más sentimentaloides. Pedro se reía y me decía, estás igual, lo que podría tomarse como un halago o no.

Después me zambullí estilo bomba en su albúm de casada, comentando desde los vestidos hasta la decoración del evento, demorándome una hora en cada foto. Me permití una vez más, por qué no, mis papelones de solterona.

Luego del episodio maternal, le tocaba el turno a Pedro, y él sacó del morral su tercer libro publicado por editorial de renombre. Yo estaba atónita, aquél eterno adolescente que me pasaba cuentos tipeados en arial 12, se había convertido en un señor escritor.

Nos regaló un ejemplar y debo decir que me lo devoré al día siguiente en menos de dos horas, el libro es excelente.

Pensar que la vida les dio a los dos aquello que tanto deseaban, me conmociona.

Huelga decir que cuando llegó mi turno en la exposición de logros y afines, carraspié, respiré hondo y dije...yo no publiqué un libro, ni estoy esperando un hijo, pero me armé un blog. Risas en el auditorio, y nuevamente la frase-puñalada: sos la misma de siempre.

Ojo que me encantó verlos, siempre los quise mucho, a La Maestra la dejé de ver por esas cosas de la vida, y a Pedro, bueno, esa es otra historia.

Pero a pesar de haber asumido el rol de la fracasada una vez más, en veladas de reencuentro, (que por eso las evito) fui feliz, profundamente feliz por ellos. Y la empatía no es poca cosa, che.

Ahora, justo venir a encontrarme con una mamá rutilante y un escritor consagrado...para masoquisitas, eso sí, no hay quién me gane.



Si me leen, porque para cancherear les pasé mi blog, sepan que disfruté mucho de verlos, y que sería un honor repetirlo.

sábado, 6 de diciembre de 2008

La puta de Totó

Totó y yo volvimos a explorar el intersticio.

Era cuestión de tiempo, lo sé, un amigo es una cosa, y una relación habitada por la incertidumbre, otra.

Sólo bastó un llamado del cinéfilo, y un me urge invitarte un helado, invitación que me sabe incapaz de rechazar.

Y cuando pasó por mí, algo, quizás un pequeño detalle, no pude verlo claramente, pero era evidente que nuestro microcosmos relacional se había trastornado. Le vi la chispa sexual en los ojos, me hice la desentendida, pero se la vi. Y me incomodó, tanto.

De repente un plan tan habitual como un helado, se había transformado, por la magia de las feromonas, en una cita. Y yo me desempeño tan bien en los helados, pero tan mal en las citas, que puse toda mi atención en mi dulce de leche sensación y traté de hacer caso omiso a esta nueva y perturbadora mirada de Totó.

Mientras discutíamos alguna trivialidad que habíamos leído, me dice, sabés que me gusta mucho estar con vos. A lo que le respondo: Claro, Totó, a mí también me gusta. Y él: Sí, pero yo te lo estoy diciendo con un tono diferente al tono con el que vos me lo decís.

Me río llevando la cabeza para atrás, con esa carcajada tan falsa que uso cuando estoy nerviosa.
Si te pone nerviosa cambiamos de tema.
No estoy nerviosa, pero no sé que querés o cómo querés que te diga, a mí también me gusta...eh, sí estoy muy nerviosa.

Entonces empiezo a gritar tensión, tensión...porque cuando entro en pánico pierdo la capacidad de articular oraciones.

Totó me besa, y es el beso más torpe que recibo desde la adolescencia, cuando usaba ortodoncia y cualquier beso que diera acarreaba el riesgo de hundir el metal en las encías del besado.

Y mientras nos besamos pienso que estoy haciendo cualquiera, que no tendría que besar a Totó, porque es mi amigo, después de todo, y es ese beso ajeno a todo despertar sexual el que me lo confirma. No me pasa nada de lo que debería pasarme en ocasiones como éstas.

Así y todo lo hago subir a mi casa, de curiosa nomás, y de hormonalmente sublevada.

Lo que sigue es torpeza tras torpeza, la imposibilidad de unir los helados y las películas al cuerpo que ahora se desnuda enfrente mío. Veo la cara que pone cuando se excita y me río. Es que no le conocía ese gesto. Definitivamente estoy desconcentrada.

Estar con un amigo tiene sus cosas, porque a pesar de nuestra pésima performance, cuando damos por terminado el asunto, me abraza y no siento el vacío. Por primera vez en mucho tiempo, no lo siento. Se queda horas acariciándome el pelo, y yo me pregunto si las mujeres no cogeremos para llegar a este momento. Me siento muy bien, no sé por qué, no quiero pensar.

Con el correr de los días, normalizamos el asunto de la desnudez, pero yo sigo pensando que hago todo ese despliegue erótico en pos del mimo final, la caricia en el pelo.

Confieso que estoy un tanto fatalista, porque mi amigo el cinéfilo se ha convertido en una suerte de amante bizarro. Y perdí un amigo, que se le va a hacer. Además sé que mis púas, tarde o temprano, se me van a erizar en la espalda. Están, de hecho, erizadas mientras escribo. Casi tentada de borrarme de la faz del universo Totó.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Intersticios, o la mentira de Totó.

Define el diccionario de La Real Academia Española: Intersticio, (del latín interstitium) sustantivo masculino, es la hendidura o espacio, por lo común pequeño, que media entre dos cuerpos o entre dos partes del mismo cuerpo.

La historia de cómo vine yo a consultarle al libraco semejante término se remonta a unos pocos meses atrás, cuando Totó y yo nos hicimos amigos.

Totó se había separado, yo otro tanto. Y allí estábamos, sedientos de soledad, y al mismo tiempo, desoladamente solos. Por eso nos convertimos más que en amigos, en acompañantes terapéuticos. Yo le prestaba libros, él películas, bebíamos, insultábamos a nuestros respectivos ex, una relación maravillosa.

Supongo que hay veces en que los amigos vienen a ocupar ese espacio que queda vacío cuando un hombre se va. Entonces vas al cine como si fueras con tu novio, te exhibís en pareja, por fortuna formás parte de ese mundo tan dichoso. Aunque a la hora de la verdad Totó te deje en tu casa, despidiéndote con un abrazo afectuoso, y a dormir siempre sola, se ha dicho.

De a poco me fui encariñando como loca, con ese hombrecito eternamente joven, obsesivo hasta la médula y tan torpe que es un encanto verlo es su despliegue de titubeos pseudo adolescentes.
Casi que Totó es una suerte de alter ego de Jules. Con más testosterona y más autoestima, por cierto.

Y como nos conocimos desde un lugar no sexual, no histérico y no romántico; al poco tiempo mi amigo el cinéfilo se enteró de todo mi prospecto. Por ejemplo, que cuando me agarra la tanada y le discuto hasta al cajero del supermercado, es porque estoy gestando una explosión colosal de angustias y llantos. Y que cuando finalmente lloro, me consuelan los helados y los abrazos. Nunca fue tan difícil. Pero es que la cuestión del sexo no los deja ver con claridad, parece.

En eso estábamos, Totó y yo, disfrutando de la fuente de dicha inagotable que es la amistad, hasta que un sueño compartido confundió todas las cosas. Soñamos lo mismo, ya les conté. Cecé diría que yo me identifiqué con su sueño. Pero que quieren que les diga, a mí me dio escalofríos todo ese asunto. Y creo que a él también. Pero nos hicimos los guapos y aquí no pasó nada.

Pero pasó, no me voy a mentir. Comenzaron las preguntas y los soliloquios, y si Totó fuese...no, Totó no, Totó no. Y Tony y Cecé que para casamenteras no hay con qué darles diciéndome: para mí te vas a enamorar de ese chico, y La Astróloga rematando con un no escuches a tus amigas, en el fondo vos sabés qué sentís y qué no.

Como en la sociedad que tenemos con Totó, la contraseña de acceso es la sinceridad total, a los poco días le confesé mi estado de confusión y él hizo otro tanto. Estábamos metidos en una ensalada de términos y definiciones, el sólo amigos no se adecuaba a esta nueva realidad, pero no había sustantivo que lo reemplace. Y nadie es tan evolucionado como para permitirse transcurrir en un vínculo sin nombre alguno.

Entonces Totó acuñó la frase nuestra relación es el in between, es que su lengua nativa es el inglés y por eso hay veces que me suelta conceptos en ese idioma. Como a mí las definiciones anglosajonas no me sirven, le pedí que por favor me explicara que quería decir con eso. Y me dijo que es esa zona o energía que se produce entre dos personas o cuerpos próximos o relacionados.

Ah, el intersticio, le dije. Y juro que en mi vida había utilizado esa palabra, pero calculo que la estaría guardando en mi inconsciente para ocasiones como estas. Sí, eso. Genial, habíamos encontrado la respuesta para tanta intríngulis. Ambos quedamos satisfechos.

Al menos hasta el día siguiente, cuando observé que los soliloquios no habían cesado y que su definición no me conformaba en lo más mínimo. Y entonces le dije: El intersticio es una mentira, va a llegar el momento en que me voy a tener que enfrentar a la pregunta ¿qué me pasa con este sujeto? El intersticio es insostenible. Y él nunca estuvo tan de acuerdo conmigo, fue como si me hubiese mentido a conciencia. Me confesó que ya lo sabía, pero que no le temía a esa pregunta. Traición.

Acto seguido, mi consulta semanal con los astros, y de nuevo a llorarle a La Astróloga, porque Totó es el hombre perfecto para abrirme y enamorarme, pero no estoy dispuesta. Y ella que a través del humo de sus sahumerios ve todo mucho más claro, quizás sea perfecto, pero no te enamora, punto.

Hace unos días que Totó y yo entramos en la fase de silencio. Y otra vez tomé conciencia de mi soledad, como si volviera a mirarla de frente cada vez que una ilusión se trunca. Pero esta vez sin culpas ni reclamos. Si no es tiempo de abrirse, ya vendrán tiempos mejores.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Las marcas

Estallé.

El pecho cede, finalmente, en una conmoción de espasmos y lágrimas. Y el dolor que me libera, gracias a dios, del miedo constante a sentirlo. Ahora sí duele, por fin.

Podría llamar a una amiga para decirle que necesito desesperadamente un abrazo, pero no puedo. Pero escribo, que es la manera que encuentro de conectarme con otro y conmigo al mismo tiempo.

Aunque ese otro sea una virtualidad, insondable y borrosa. Por eso no sé quién se va a hacer cargo de esta catarsis. Lectores, mis disculpas.

Hace un rato nomás estaba tomando un helado, cuando el azar me llevó a encontrarme con un recuerdo de esos que una no se atreve a frecuentar.

Recordé esa mañana, hace casi diez años, cuando el horror golpeó la puerta de casa, y supe que mi hermano no volvía. Cuando mi hermana me abrazó y me miró como si me pidiera perdón por no poder consolarme. Y yo le acaricié el pelo, y no lloré pero sentí el dolor en las encías. Ahí supe que mi mundo, tal como lo conocía, se derrumbaba.

Y que ese hombrecito misterioso, violento y encantador que había sido mi hermano se convertía en una sombra, que iba a borrarse día tras día, año tras año. Que esa vida que llenaba todos los espacios de la casa se convertía en una ausencia eterna, en las únicas lágrimas que le vi derramar a mi viejo, en la tristeza silenciosa de mamá, en la soledad de sus hermanos.

Todo eso me atacó recién como por la espalda, inesperadamente. Y estuve sintiendo con todo el cuerpo los recuerdos de ese dolor.

Después dejé de llorar porque llamó Mamá para pedirme que vaya hasta su casa con la copia de las llaves, que las suyas se las había dejado adentro. Y tuve que contener las lágrimas porque sería cruel decirle que estaba llorando por su hijo. Aunque de alguna manera lo supo, porque apenas me vio me dio ese abrazo que necesitaba.

Ahora vuelvo a la computadora y veo este texto que dejé por la mitad, escrito como se pudo en medio de una crisis de angustia de sábado a la noche.

Y pienso en la vergüenza que uno siente al mostrar las verdaderas marcas, y en que quizás esto no se publique.

Un segundo después, pienso que tal vez haya que exponer esas marcas, para que empiecen a sanar.

Aunque haya marcas que no sanen nunca. Y ellas solitas se quiten las vendas (con el trabajo que da cubrirlas), una noche cualquiera, mientras te tomás un helado.












miércoles, 19 de noviembre de 2008

Bovarismo

Tengo que hacer una pequeña confesión.

Hace algunas semanas le escribí un mail a Carlos en el que le contaba de mi nueva afición, el blog, y acto seguido le pasaba la dirección para que lo pispée. Oscura. Después le recomendaba específicamente el relato de nuestra historia de amor, y me despedía con un beso y un te quiero, con la siguiente aclaración: "sé que odiás que te lo diga, pero aunque sea un amor deforme, lo voy a sentir siempre". Send.

Como esos mails suelen ver la luz en medio de trances esquizoides en los que pienso que Carlos fue, es y será todo, una vez concluido el arrebato me olvido por completo de mis actos. Ni siquiera espero con impaciencia su respuesta, basicamente bloqueo el asunto, lo elimino de mi conciencia.

El problema es que esta vez contestó. "Leí tu blog, muy divertido, besos". Apenas leí la escueta respuesta me agarré la cabeza como si después de una noche de borrachera inconciente, amaneciera en la cama de un desconocido "¡Qué hice!!!!". Una vez reconstruidos los hechos, me puse a analizar palabra por palabra, letra por letra, lo que en realidad quería decir con esa brevísima oración.

Y entonces se desató la furia. Que mi blog te divierte, porque claro, vos escribís literatura profunda, pensás cosas profundas, seguro hablarás de las sociedades de control de Deleuze después de acabar con tu noviecita, y hasta me leerás con ella tapandose la boca mientras se ríen como dos inglesitos. Puro resentimiento.

Amigas y seres que me aprecian, no entren en pánico porque no le escribí nada de eso. Simplemente lo pensé enhardecida durante algunas horas.

Luego del ataque italiano me calmé, como siempre. Y me pregunté "¿qué esperabas que te escribiera, tonta, te amo, volvamos, para que vos agarres tu bolsito y huyas prestísima hacia el Chaco Impenetrable??.

Carlos ya no me ama, me lo dijo en la cara, hace poco.

Aquí va la segunda confesión de la noche. Apenas me separé de Martín, a la semana, le dije a Carlos de vernos. Desconocía su paradero hacía años, pero el último mail que había recibido de él, dos veranos atrás, decía que era la mujer de su vida y que iba a amarme eternamente. Con ese antecendete el triunfo era asegurado.

Vino a casa, como pasa con las personas del alma, fue verlo y sentirlo cerca al mismo tiempo. Tomamos alguna copita, y a la media hora le conté todos mis traumas de los últimos años. Le pregunté si estaba con alguién, me dijo que sí. Le pregunté si estaba enamorado, me dijo que sí. Lloré.

Después vino la escena patética que nunca puede faltar en mi cuaderno de memorias. Le dije que lo amaba. No sé por qué, calculo que me desesperé. El me dijo "yo te amé mucho". Y después concluyó con un "vos no me amás, simplemente te sentís sola".

Al rato se fue, y por si no me había quedado claro que esa noche era la más humillante de mi vida, a los diez minutos me manda un mensaje de texto diciendo"la pasé muy bien, me alegra verte así, te deseo lo mejor".

Sí, me alegra verte así me puso. Inexplicable.

El meollo de todo el asunto, es que nadie piensa en volver con Carlos, pero él era mi trauma a superar y yo él suyo.

Si él ya logró despojarse de ese fantasma, yo estoy en problemas.

No es novedad. Y reconozco que cuando se trata de Carlos sigo al pié de la letra los anti-mandamientos:

  1. No superarás a tu ex.
  2. Pronunciarás su nombre en público y frente a otros hombres.
  3. Le enviarás mails y mensajes de texto.
  4. Maldecirás a su novia.
  5. Lo googglearás para saber qué es de su vida.
  6. Pasarás por la esquina de su casa una vez por semana (porque tus ocupaciones así lo demandan).
  7. Leerás viejos mails en los que te profesaba su amor.
  8. Cada tanto insistirás con los mails y mensajes de texto, aunque sigas sin tener respuesta.
  9. Compararás el coeficiente intelectual de cada hombre que te cruzas con el de tu ex, para engrandecer a éste último.
  10. Llorarás ante la posibilidad de que el amor ocurra una sola vez en la vida, y ante la certeza de que ya haya pasado.

Estos días me tienen desencantada.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Dominguera

Hoy tengo un día fatal.

Todo empezó al mediodía en el típico almuerzo familiar de los Domingos. Pertenecer a una familia italiana implica adecuarse debidamente a los siguientes mandatos: almorzar todos juntos los domingos, comer mucho, hablar a los gritos y nunca ponerse de acuerdo. A mí me tocó el confuso rol de ser la menor y la sensible, con lo que a pesar de que vocifere como La 12 en pleno Clásico, dificilmente logre hacerme escuchar. Por eso aprendí a callarme y quedarme tranquilita concentrada en los ravioles caseros de la mamma.

Ojo que me adoran y yo a ellos, pero hay días en los que, como hoy, necesito sentarme en la mesa y llorar apenas me ponen el plato de pastas, y que Papá me diga: "chiquita, dejámelo a mí que yo lo soluciono todo".

Mi hermana dice que padezco el típico síndrome de Hija Boba, que vendría a ser el resultado de la ecuación: hija menor + padre protector. En definitiva, que a veces el amor nos convierte en inútiles.

Y en eso estaba, en plan de recibir cuidados intensivos, cuando concluye la sobremesa y uno a uno los comensales se levantan para seguir disfrutando del Domingo con sus respectivas familias, léase esposo/a e hijos. En ese momento se me ocurre proponerle a mis padres que me acompañen a ver bibliotecas, hace rato que estoy necesitando una. Aparentemente tenían mejores planes porque me contestan :"no, anda sola".

Quién puede culparlos, después de haber logrado mi independencia en el mayor conflicto bélico de la historia familiar, después de haber reivindicado mi derecho a abandonar el hogar paterno sin irme de la mano de ningún marido, porque soy feliz así. Después de todo eso, cómo puedo explicarles que hay días en los que necesito volver a esa casa como si todavía viviera ahí, dormir en mi viejo cuarto y desayunar en la cama el café con leche que prepara mamá, porque sino me derrumbo.

Dicho y hecho, yo no sabía lo triste que estaba hasta que Papá dijo "no, anda sola". Entonces tuve que hacer una fuerza herculeana para que las lágrimas no saltaran a borbotones. Apuré la salida, sin mirar a nadie a los ojos, les dije "me voy" desde el ascensor. Y volví todo el camino a casa llorando.

Después me dormí una siesta innecesaria mientras escuchaba la voz de Ella Fitzgerald cantar Someone to watch over me, un tema desolador, y en la voz de la negra que te transmite toda la tristeza del mundo.

Recién me despierto, y luego de bajarme un paquete de galletitas con queso y dos litros de Coca Light, me pregunto como diablos voy a hacer para conciliar el sueño reparador que me permita comenzar prolijamente la semana.

Un auténtico Domingo:

Theres a saying old, says that love is blind/Still were often told, seek and ye shall find/So Im going to seek a certain lad Ive had in mind.
Looking everywhere, havent found him yet/Hes the big affair I cannot forget/Only man I ever
think of with regret
Id like to add his initial to my monogram/Tell me, where is the shepherd for this lost lamb?
Theres a somebody Im longin to see/I hope that he, turns out to be
Someone wholl watch over me
Im a little lamb whos lost in the wood/I know I could, always be good/To one wholl watch over me.
Although he may not be the man some/Girls think of as handsome/To my heart he carries the key.
Wont you tell him please to put on some speed/Follow my lead, oh, how I need
Someone to watch over me

viernes, 14 de noviembre de 2008

Oníricas

Anoche soñé una cosa rara.

Estoy navegando por el Delta, una mañana alegre y placentera. En el barco hay más gente, pero no puedo precisar quienes son. Creo que está Mamá, o alguien que representa esa figura. Sí estoy segura de que hay un marinero, porque tengo el recuerdo patente de su cara curtida y su pelo negro. Yo lo respeto. Tiene poder sobre mí. Me da miedo.

El paseo transcurre amigablemente, hasta que a lo lejos aparecen unas cataratas. Sí, en el Delta del Paraná. Entro en pánico porque el río se bifurca y si tomamos la dirección que nos lleva al nacimiento de las cataratas, corremos el riego de caernos. Le digo al Marinero que por favor doble hacia la izquierda. Pero él no me hace caso, y dobla hacia el lado del peligro.

Nos vamos a caer.

Entonces mi inconsciente se enternece y me despierta. Comienza mi jornada y en cinco minutos me olvido de todo.

Hasta que recibo un mensaje de texto de mi amigo Totó: "anoche soñé con vos", curiosa le pregunto qué. Me contesta: "estábamos navegando por el Tigre, contentos, hasta que de pronto desaparece el barco en el que vamos y nos quedamos flotando en el río". Espanto.

El espacio comienza a girar como en las películas y en un grito de horror me pregunto "¡Por qué soñamos lo mismo!". Si conocieran a Totó sabrían lo mucho que dista de ser el personaje del marinero curtido, pero vamos, si esto no es una sincronía del cosmos, entonces qué cosa lo es.

Me carcomo el cerebro tratando de entender qué mensaje subliminal se esconde detrás de la coincidencia. Nada de nada. Mi mente es un paisaje estéril y lo único que emerge con claridad es mi grito de "soñamos lo mismo, soñamos lo mismo".

Entonces recuerdo otros episodios similares, por ejemplo hace algunos años, mi hermana y yo soñamos, la misma noche, con Alfonsín. Ninguna supo descifrar por qué.

Y otro mucho más escalofriante.

Con Carlos estábamos distanciados cuando un jueves como cualquier otro (como el de ayer) sueño con él. Yo estaba en una fiesta con la conciencia de que él también estaba ahí, y me estaba buscando. Tengo la necesidad de escaparme y aparezco en una playa, corriendo y escondiéndome detrás de los médanos. Sé que Carlos me sigue, pero no lo veo. A decir verdad no aparece en todo el sueño, pero su presencia es incuestionable.

Ese mismo sábado me llama, después de seis meses de no vernos. Apenas lo atiendo me dice "hace dos noches soñé con vos, estabas en una fiesta, yo no te veía pero sabía que estabas, y te buscaba por todos lados como un loco, pero vos te me escapabas".

Lógicamente nos vimos a la media hora, y nos reconciliamos ese mismo día. No era nuestra decisión, el universo había elegido por nosotros.

Ahora me viene a pasar esto y me pregunto ¿qué significa? Convoco a mi amiga Cecé y a todos mis psicólogos para que me saquen de este atolladero.

Sino será cuestión de creer en la teoría de Totó de que "somos dos trastornados, y estamos llenos de miedos".

Y sí, cuando se trata de flotar en un río que desemboca en cataratas, miedo es lo que me sobra.

martes, 11 de noviembre de 2008

Revelaciones de los astros

Acabo de tener una revelación.

Todo empezó ayer, en mi cita semanal con los astros. Fue sentarme en el consultorio de La Astróloga y empezar a llorar y bostezar, en principio sin causa aparente. Después fuimos hilando, más bien ella fue hilando mientras yo me resistía con maldiciones a cada conclusión arribada.

Primero lo obvio, que me siento la soltera del año, cuando a decir verdad, hace sólo cuatro meses que Martín se fue. Claro que no se fue precisamente dando un portazo italiano. Sino que desapareció como si hubiera sido abducido por un OVNI. Una noche dormimos juntos, a la siguiente el ataque de pánico y la certeza de que nunca más lo volvía a ver. Así se fue, en silencio.

Pero a los pocos días, cuando mi círculo más intimo no daba crédito al hecho de que mi novio de dos años me haya hecho caer en la clásica jugarreta de "bajo por cigarrillos" , yo pronuncié por primera vez los postulados de una nueva era: "les juro que lo entiendo... de otra forma no hubiera podido...ya lo perdoné"

Y así fue como de la noche a la mañana (nunca más literal) me convertí en soltera.

Todos estamos de acuerdo en que la peor soltería es la reciente. Claro que al principio es maravillosa porque te reencontrás con amigas del secundario. Empezás a salir con frecuencia, te anotás en el gimnasio, lo de siempre.

A mí la etapa del renacimiento me duró bastante, hasta ayer. Cuando La Astróloga soltó un "¿estás enojada? y yo la miré con chispazos de furia, y después lloré. Como nunca.

Entonces admití que estaba enojada. Con Martín porque se fue. Y conmigo por dejarlo entrar antes. Le dije "me equivoqué" en un mar de lágrimas. Ella me dijo "para el cosmos nada es un error".

Después me quejé de las relaciones posmodernas, de la histeria de el-chico-que-me-gusta-pero-no-me-conviene. De la falta de sexo. De la necesidad de romance. Ella me dijo entonces: "vas a tener que resolver tu dualidad, o te abrís al sexo casual y sus implicancias, o esperás pacientemente la llegada del amor, en otras palabras, tenés que elegir entre el arquetipo de Venus o la Luna, ambas forman parte de vos"

Inmediatamente le pregunté si me podía ir, ella me miró fijo unos segundos y me dijo que sí.

Volví todo el camino a casa pensando en Martín por primera vez en cuatro meses. Mientras, escuchaba a lo lejos la voz de La Astróloga repitiendo "para el cosmos nada es un error"

Cuando caminaba por Scalabrini Ortiz, reviví una a una las imágenes del comienzo. El calor de su mano que me sostenía la cara. Todo lo que nos quisimos, a pesar de ser tan diferentes. Entonces supe que me amó hasta el momento en que cruzó la puerta. Y lo perdoné, esta vez de verdad.

Ahora había que resolver el enigma: ¿abrirme al romance, o satisfacer mis instintos más básicos?

Un día y medio después, llego a casa con la certeza de que el-chico-poco-conveniente, enfrentado al mismo interrogante, se decidió por la segunda opción.

Y mientras viajaba en el clásico taxi de regreso, sentí cómo soltaba todos mis rencores hacia las relaciones posmodernas, y me dije "cada uno elige lo que puede"

Entonces llegó la revelación. Yo no elijo ni una cosa ni la otra. Me niego a las dos opciones.




Salgo al balcón para ver el cielo que se aclara, y por primera vez en mi vida, no deseo compartir este momento con nadie.

Me hago una reverencia, y me doy la bienvenida.

viernes, 7 de noviembre de 2008

FE DE ERRATAS: Venus sobre Neptuno

Ayer me llamó Tony para decirme que había estado mirando mi carta natal, y que en realidad era Venus el que estaba por tránsito sobre Neptuno, al revés de lo que yo había intuido en las entradas anteriores. "Corregilo" me dice, "así estás en sincronía con tu carta"

Yo no soy muy amiga de las correcciones, "lo hecho, hecho está" me digo. Pero vale la aclaración.

Y ya que estamos reflexionando sobre la escritura del blog, aprovecho para hacer una declaración respecto a la última novela que nos ha mantenido a todos en vilo. En esta oportunidad mis palabras van dirigidas específicamente al villano de la historia, que ha resultado ser uno de mis más fieles lectores.

Ante todo, discúlpeme si lo ofendí al llamarlo idiota. Si lo es o no, eso algo que escapa a mi entendimiento. A usted no lo conozco en verdad, y desde el momento en que ingresa a mi espacio de escritura, lo hace como una construcción de mi mundo privado.

¿Qué quiero decir con esto? Que lo que leen, habrán notado, es una expresión de mi ser más afectado. De lo que pienso y siento cuando en la soledad de la escritura, las normas del comportamiento social no me hacen mella. Esto no quiere decir que la persona que escribe, cuando no escribe, no respete esas normas. No sólo las respeto, sino que las acato prolijamente.

Si alguien me preguntase por qué escribo, diría que no tengo ni la menor idea.

Ahora si lo pienso un poco más, escribo para construir otros mundos, que nunca dejan de estar anclados en el propio. Pero que por compensación resultan más maravillosos, más novelescos, más íntimos.

Y los lectores, sean bienvenidos. Pero con una advertencia: cualquier semejanza con la realidad, es fruto de la mera coincidencia.

"Mujer, desnúdate y estáte quieta
a tí te busca la saeta.
Y es el hombre al fin como sangría,
que a veces da salud y a veces mata.
Y es el hombre al fin como sangría
que a veces da salud y a veces mata."
Lhasa-La Celestina

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Las noches de Giulietta

Acabo de ver una película que me dejó prácticamente desolada: Noches de Cabiria, de Federico Fellini.

Ya ven que estamos ante otra velada de identificación extrema con el séptimo arte.

Empecemos por el principio: ayer nomás, mi amigo el cinéfilo me llama para decirme que quiere prestarme una película, que sabe que me va a gustar. Yo accedo inmersa en un rapto de sugestión, porque a decir verdad, si alguien me dice "esto es para vos", lo creo con fe ciega.

Por eso hoy estuve todo el día coqueteando con el film, esperando que llegue el momento indicado para verlo. A eso de las diez de la noche, cuando sobrevino la certeza de que era otra noche sin plan y sin llamados, me dije: "veamosla"

Y es empezar a verla y saber que Giulietta Masina soy yo, no sé por qué extraño designio, pero soy yo. Pienso en Mamá, y que de chiquita me llamaba "Giulietta de los espíritus", "claro" me digo, "ella siempre lo supo".

Y Giulietta la pasa muy mal. Desde la primer escena, cuando un noviecito la arroja al río para robarle la cartera, y escapa con el botín. Así arranca la peli, yo estoy desencajada. Después me entero que Cabiria (o Giulietta) es prostituta, y es además un festival de gestos italianos que da gusto ver.

En una de sus recorridas nocturnas la levanta un actor famosísimo que la lleva a su lujosa mansión. Cuando están por arremeterle al asunto, llega la novia del caballero. Entonces el tipo encierra a Cabiria en el baño, y allí la tiene hasta la mañana siguiente, cuando la hace salir en puntitas de pie para no despertar a la otra que duerme despatarrada y en bolas. Y es cuando está saliendo, que mira de reojo a la novia, y piensa (porque lo maravilloso de esta actriz es que te deja leer sus pensamientos) que le gustaría estar en el lugar de aquella, y no en el de la puta que se escapa con las primeras luces del día.

Luego el director arremete con una seguidilla de escenas conmovedoras, que para resumir la cuestión, vienen a enfatizar el deseo de Cabiria: que el amor la rescate de esa mala vida.

Entonces ocurre lo impensado, una noche Cabiria asiste a un show de magia y pese a todas sus resistencias sube al escenario para ser hipnotizada por el mago en cuestión. Presa de la hipnosis, Cabiria representa una historia de amor aferrándose a los brazos del aire, creyendo que son los de un tal Oscar, que es el nombre que el mago le confiere al sujeto imaginario. Hay burlas en el auditorio.

A la salida del teatro, la espera un galán como los de antes, que manifiesta estar muy conmovido por la dulzura de semejante performance. Oscar se llama, Giulietta y yo nos quedamos atónitas.

A partir de allí comienzan a verse con frecuencia, él es todo un caballero, la respeta, acepta su pasado, le promete un futuro mejor.

Después de tanto sufrimiento, la felicidad es posible, eso dice Giulietta. Yo concuerdo.

Entonces el tipo le propone matrimonio, y ella desde luego vende la casa y se manda a mudar con la plata en el bolso, se despide de su colega diciéndole "ya vas a ver, vos también te vas a casar" y va al encuentro del apuesto caballero.

La felicidad es posible. Pero esquiva, porque al final, el tipo la lleva a pasear por unos acantilados, y está a punto de tirarla cuando recapacita, y sólo se escapa corriendo con la guita. Ella le grita que por favor la mate, en una escena terrible.

La peli termina con Giulietta caminando desconsolada, por una callecita en donde hay una procesión de gente del pueblo. Giulietta los mira y sonríe resignada.

Nunca nadie va a acudir en su rescate. Aunque de alguna extraña manera, ya se haya salvado.

martes, 4 de noviembre de 2008

Neptuno sobre Venus, segunda parte

Todavía puedo decir algo más acerca de el-chico-que-no-me-conviene.


No recuerdo las fechas exactas, pero fueron unos cuantos diciembres atrás. Con Carlos nos habíamos tomado un break, el primero de una larga lista. Y en eso estaba, disfrutando mi fervorosa soltería juvenil, cuando en una fiesta, lo conozco a él.

Galán apuesto que se acerca con no sé que frase matadora. La memoria me falla, pero sé que a la fiesta le siguió un aventón a casa de mis padres. Una mañana de lluvia, no podía ser de otra manera, el intercambio de teléfonos, un "mañana te llamo" y a dormir con la sonrisa tatuada en la almohada.

Increíblemente, al otro día llamó. Para invitarme al cine. Kill Bill, volúmen 1. Y es en la escena en dónde el personaje de Lucy Liu se convierte en animé, cuando matan a sus padres en ese fiestón de sangre, en dónde ocurre el milagro. El pecho se desarma, siento la debilidad del cuerpo ante el contacto de sus hombros, y lloro.

Al otro día le dije a mis amigas: "me enamoré", ellas me creyeron y todas nos pusimos chochas.

Del cine pasamos a vernos casi a diario, él conoció a mis amigas, yo a los suyos. Fiesta de acá, reunión de allá, yo siempre henchida de orgullo como diciendo "lo encontré".

Esa era la sensación, ni más ni menos. Psicólogos abstenerse, ya investigué la causa de tanto idilio y es bastante probable que haya estado relacionada a la negación de la ruptura con Carlos. Pero qué quieren que les diga, yo sentía que estaba loca por ese chico, que todas las células de mi cuerpo gustaban de él.

El problema fue que entre tanta vorágine nadie se tomó el tiempo para conocerse. Y a las semanas me percaté de que estaba enamorada de un extraño. Máxime que nuestra relación nunca había pasado a mayores, con lo cuál las posibilidades de llevarme flor de chasco no eran pocas.

Entonces me puse ansiosa e insegura, y retrocedí. Calculo que a él le habrá pasado lo mismo, porque también dio marcha atrás. Y eso fue letal. El espíritu de Glenn Close en "Atracción Fatal" se hizo carne en mí, y entonces empezaron los llamados excesivos, los reclamos. Un verdadero papelón.

Al mes de la fiesta, me dejó, por teléfóno claro. Lloré una vez más y tomé la sabia decisión de salir con mis amigas para ahogar mis penas.

Desde luego las llevé engañadas al bar que él frecuentaba. Para cuando el galán arribó yo tenía varias caipiroskas encima y era una mujer sin filtros. Vaya a saber que le dije pero él procuró evitarme toda la noche.

En algún momento mis amigas acudieron al rescate y me convencieron de irnos.

Cuando atravesamos la puerta, nos dimos cuenta de que faltaba una de nosotras. Al rato apareció llorando, el chico al que yo le había entregado mi autoestima entera, le había declarado su amor.

No pude sentirme más patética. Los odié a los dos. Al otro día me jugué la última carta y lo llamé despechadísima para decirle un montón de cosas horribles.

Nunca más volví a verlo.

Hasta hace veinte días, cuando apareció en mi casa a las tres de la mañana, para saldar cuentas que habían quedado pendientes cinco años atrás.

Yo me hice la reina desprejuiciada, pasó tanto tiempo que ya nos podemos hasta reír de lo acontecido.

Pero no, el-chico-que-no-me-conviene duele como aquél día del cine. Cuando supe del peligro, tuve miedo y lloré.

Lo último que puedo contar de él es que leyó la entrada de ayer, porque me llamó el muy idiota para decirme que se sentía halagado por lo que había escrito. Confieso que cuando ví la llamada me esperaba otra cosa, un "vos también me gustás", algo del estilo. El "me siento halagado" se podría traducir perfectamente en un "pobrecita, te gusto, y además me quiero reír en tu cara de eso".

Siempre fue un tarado, no en vano es el-chico-que-no-me-conviene.

Ahora, ¡Yo también! Qué ganas de ir a pegarme la cabeza contra la pared.

En fin, la frase que concluye este relato se la robo a mi hermana Ninet.

A otra cosa, mariposa.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Neptuno sobre Venus

Ayer soñé con Carlos, estábamos los dos desnudos, él encima mío. En el sueño me decía que nunca había tocado una piel tan suave como la mía. Y en eso estábamos cuando el ring del celular ofició de despertador. Mamá llamando, como el 90% de las veces que suena el bendito telefonito.

Después del llamadín quise volver al sueño, pero ya era distinto, ahora pensaba en Carlos voluntariamente, ya estaba del lado de acá. Y me lo reprimí, una cosa era que mi ex se me apareciera inesperadamente en sueños, otra muy distinta es que me pase toda la mañana pensando en él como una boluda. Con qué fin.

Le conté el sueño a mi amiga Cecé, que como estudiante avanzada de psicología que es, se tomó el trabajo de interpretarlo, la conclusión fue la siguiente: extraño el contacto sexual-amoroso. No hace falta aclarar la gran diferencia de éste con la práctica a la que todos los solteros acudimos para silenciar el alarido hormonal.

Desde entonces estoy pensando en flores y pajaritos. Con la cabeza en cualquier lado menos en el aquí y ahora.

Mi astróloga me recetó unas flores de bach porque le mostré un dedo cortado y le dije "ni me di cuenta con qué me corté", primero me retó "eso te pasa por no estar presente", después me habló de un ciclo que se cierra en el calendario maya, y entonces entendimos que con esa energía dando vueltas cómo no voy a andar con la cabeza flotando como un barrilete, ¡por favor!


Y es que sumado a lo de Carlos, que es como el eterno retorno en mi vida onírica, también me gusta un chico. Para ponerle un nombre, el-chico-que-no-me-conviene. ¿Por qué no me conviene? Porque es muy lindo, exageradamente limpio, fóbico, agresivo y muy histérico. Y porque en cada encuentro me deja la sensación de que yo no le gusto ni un poco. Mi astróloga fue contundente: "con él activás el mecanismo de rechazo que te es tan familiar, cortálo ya"

Entonces lo eliminé del messenger, le dije a mis amigas "salgamos" y nos calzamos los mejores atuendos para una fiesta de disfraces que había con motivo de una celebración extranjera. Cecé, Tony y yo, disfrazadas para romper la noche. El detalle es que alguien pasó mal el dato y eramos las únicas.

Pero bueno, nada que no se solucione con una visita al baño para esconder la peluca en el bolso, y transformar el look vampiro en un "hoy exageré con el negro y con el maquillaje, puede pasar".

El problema es que cuando ya estábamos evaluando la partida, el-chico-que-no-me-conviene hizo su entrada triunfal. ¿Por qué me lo vine a encontrar en esa fiesta perdida una noche cualquiera? Y ridículamente disfrazada. Yo miré para otro lado, él se acercó entre risitas, me saludó y siguió. Perfecto.

Supe que me gustaba mucho porque me temblaron las piernas y a partir de ahí no dejé de observarlo con ojos transversales. Estaba cerca, casi podía sentir su acecho. Como en esas cosas suelo confundirme le pregunté a Tony, que podía mirarlo libremente, si en verdad me estaba acechando. Me dijo "sí, a pleno", pero como es amiga incondicional no le creí.

Entonces decidí ponerlo a prueba, me fui de la fiesta sin aviso, si quiere ubicarme tiene mi teléfono.

El rol de perra fría no me sale como quisiera. Desde luego nunca llamó y otra vez me atacó la duda: ¿no habrá sido todo esto el manos a la obra de mi fantasía?

"Es que Neptuno está por tránsito sobre tu Venus natal" diría mi astróloga. Lo que explica que vea romance hasta por debajo de una maceta. Un poco soy yo, un poco el tránsito.

Así que me imaginé todo calculo. Quizás no me guste de verdad. Pero quién me puede culpar por extrañar esa sensación.

jueves, 30 de octubre de 2008

La cita 3 am

La paradoja de estar solo, es que en el afan de no dejar espacio a la soledad, nos llenamos de actividades sociales, laborales, y afines. El efecto no deseado de tal hiperquinesis, es que si al día de hoy, algún sujeto llamase para coordinar una cita, tendría que darle turno para dentro de dos meses.

Ojo que tengo un millón de tiempos muertos a lo largo del día. En los que me como las uñas pensando que llamaría a tal o cuál candidato para generar un encuentro espontáneo. Pero vivimos en el Imperio de las Agendas, con lo cuál cualquier rapto de arrojo que pueda tener, cualquier mensaje loco que pueda mandar a desorbitadas horas, siempre cae en las redes del desencuentro: "ahora no puedo, lo dejamos para el sábado", "no, el sábado se me complica, tengo tai-chi y un té con compañeros de la primaria", "el domingo", "el domingo ensayo", y así va...

Quisiera tener el derecho de poder llamar a un muchacho a las tres de la mañana para decirle: "tomemos un helado" y que las heladerías estén abiertas. Pero no, todo conspira contra mi cariño insomne.

Hace poco una amiga me contó una experiencia muy perturbadora. Un domingo cualquiera ella estaba en la casa comiendose las uñas como me las como yo cada domingo. Cuando sólo por dejar correr el tiempo, entabla una conversación por chat con un contacto muy lejano, pseudo-desconocido. Las altas horas predispusieron a las sinceridades y terminaron, cuando no, hablando de sexo.

El desconocido le pide su teléfono para estimularse con su voz, y ella le responde, osada: "no, ésto sólo puede continuarse cara a cara", Entonces le pasa su dirección y es apretar enter y sentir que no va poder esperarlo en pie, que se desmaya.

El chico acude a la cita en un santiamén y ella lo recibe en pijama poco sexie.

Las caras eran levemente familiares, pero allí se terminaba toda la confianza. El sentado en el antebrazo del sillón, y ella en el piso, en el otro extremo del living. Sin hablarse, incómodos.

Me imagino que pensaría ella "en cinco minutos se va, con ésta química!" y él "en cinco minutos la avanzo, no me hice este viaje al divino botón"

No sé cuánto les llevó, pero del silencio pasaron sin escalas a las cuitas amorosas.

Al día siguiente, cuando nos encontramos para almorzar, ella estaba de irritante buen humor, con un semblante resplandeciente y proclamando las bondades del delivery de sexo.

Nunca más volvió a verlo. Y yo me pregunto si es posible repetir un encuentro tan extravagante, lógicamente en la reincidencia ya se genera un vínculo y lo particular de esa situación es que no había vínculo alguno. Eran dos extraños, dos animales.

A mí me dejó conmocionada, hay un universo paralelo de citas orbitando a la par de las más convencionales. La próxima vez que me conecte al chat voy a bloquear a todos mis contactos desconocidos, no vaya a ser cosa.

martes, 28 de octubre de 2008

¿Sabés estar sola?

Hace unos días alguien me preguntó si sabía estar sola. "Por qué me hacés esta pregunta" retruqué con desconfianza. "Porque veo que te cuesta", fue su respuesta.

Entonces empezó la película: "La escafandra y la mariposa", quizás la conozcan. Para los que no la hayan visto aquí va una breve sinopsis que omite debidamente el final. Así que sigan leyendo.

Es la historia de un tipo exitosísimo que un buen día sufre un accidente cerebral y queda patitieso, sin poder mover ni siquiera los músculos de la cara. Horrible. El único modo en que puede comunicarse es mediante un abecedario raro y una enfermera gloriosa que se lo va deletreando mientras el parpadea para indicarle dónde detenerse. Y así se pasan horas para que el pibe pueda decir: "prendé la tele".

La película es asfixiante y hermosa, porque a la par de esa realidad monstruosa, el personaje va creando un universo de fantasía cada vez más rico, hasta que logra escribir un libro. Es decir, dictar un libro al compás del parpadeo.

En el film se menciona su enfermedad con un nombre por demás simbólico: Síndrome de Locked In. O sea que el tipo está encerrado en su cuerpo. Pero dentro del mismo tiene tanta vida como cualquiera de nosotros.

Eso me impresionó mucho. Un poco porque esa es la idea de la peli, y otro poco porque tengo la capacidad de identificarme hasta con un vegetal. Y así, llorar mientras lo entuban a diestra y siniestra, y pensar "ok, no me pasó, pero sí hace poco me sacaron una muela, ¡Y cómo lo entiendo!"

Lógicamente, todo eso me hizo pensar que, en un plano metafórico, yo también padecía el Síndrome de Locked In. Y de la metáfora a la encarnación literal siempre hay un puente demasiado fácil de cruzar.

Entonces soy el tipo de la película, fin de la cuestión.

No estoy empotrada en una cama, claro. Y hasta conservo mi capacidad de habla, pero nunca la uso para decir lo que realmente quiero. Ojo que a veces siento que algo está por ceder en mí, y que voy a explotar como un big bam de sinceridades, y luego perder mi materia. Pero es sentir eso y a la vez algo que se endurece como roca vieja, en el pecho, dejándome en estado vegetativo emocional. En definitiva, me siento encerrada puertas adentro de mi cuerpo.

Esto es lo que voy a responder la próxima vez que me pregunten si sé estar sola: No, pero no sé estar de otra manera.

miércoles, 22 de octubre de 2008

El riesgo del amor

Después de Carlos anduve años como bola sin manija. Que un amiguito de acá, otro de allá. Y de vuelta con Carlos en plan de vernos "porque nos extrañamos pero sabemos que lo nuestro es imposible"
Hasta que un día me cansé de mi ex y de todo el abanico de opciones con el que lo cotejaba. Me dije basta de mendigar compañía, el amor va a llegar solo.

No pudo ser más efectivo, a las semanas apareció.

En honor a la verdad, ya lo conocía. La clásica historia de los conocidos que comparten un núcleo social, e infinidad de encuentros a lo largo de los años. Pero que un día, por obra de la magia, o de la soledad, se miran con ojos nuevos.

Ví a Martín por primera vez, después de cuatro años de cruzarlo en reuniones en casa de amigos. Esta vez recibía él, lo que me generó cierta inquietud, porque nunca en todo ese tiempo, había cruzado ni media palabra.

Cuando llegué a la casa, él corría como un enajenado para que todos los invitados se sintieran a gusto. Apenas me vió, casi sin saludarme, me preguntó: "¿comiste? Entonces lo supe. Otra vez me detenía en los detalles más absurdos. La forma de caminar casi sin pisar el suelo, el movimiento de las manos, hermosas manos, que se acarician. La velocidad de la mirada que quiere abarcarlo todo y fracasa. Si fuese menos romántica hubiese pensado que me compadecía de su ansiedad de anfitrión. Claro que no soy así y sencillamente lo amé porque era encantador su sufrimiento.

Una vez más me llamé al silencio. Mientras lo observaba moverse de un lado al otro, el resto de la gente salía de foco. Yo estaba casi en una nausea. No estaba preparada para abrirme tan pronto, ya había comprado mi pasaje a Perú por tiempo indeterminado.

Creo que de tanto mareo no me percaté de que se estaba acercando. Hasta que lo tuve enfrente diciendome: "¿tomamos algo?" Yo quería decirle que no, salir corriendo con insultos hacia él y el resto de los invitados, y también quedarme para siempre.

Cómo no me resolví, me dejé arrastrar hacia un balcón de la casa dónde nos sentamos a compartir un trago. Pero sin hablar, ninguno de los dos.

Otra vez esa lluvia maldita que es la señal de que algo cede en mí, como un descanso. Estuvimos casi una hora bebiendo en silencio. Yo sabía, él sabía. No había nada que decir en el medio. Yo miraba para otro lado, y él no sé que miraría. Hasta que sentí algo que me rozaba el pelo y giré. Entonces, lo ví, con la boca comprimida en un gesto de susto. No alcancé a reaccionar que ya me estaba besando con violencia, como si toda la vida hubiésemos esperado ese momento.

Después de ese beso me tuve que ir corriendo al baño, el mareo era insoportable y estaba por vomitar al lado suyo.

Me lavé la cara, me miré al espejo y me dije: "vamos a correr más riesgos", y salí a abrazarlo.

Pero no cancelé el viaje, y al mes estaba subida a un avión, totalmente empastillada, llorando por no haberme arriesgado lo suficiente.

martes, 21 de octubre de 2008

¿Existen las almas gemelas?

El amor es pura sincronía. Es encontrarlo en un barrio que ninguno de los dos frecuenta. Es pensar en él y que llame. Es divisarlo a lo lejos, en un recital dónde hay al menos veinte mil personas. Es amar al otro y magnetizarlo.

Eso es lo que ahora no me pasa. Puedo pensar en un chico distinto cada día, pero con suerte me lo encuentro conectado en el chat. Y andá a saber si me habla.

Sin embargo me pasó, por eso doy fe.

Allá en el tiempo, una mañana de sol, tomaba un café con mi amigo Pedro, sentados plácidamente en el bar de la facu. Pedro correteaba a todas las chicas de la clase, pero a mí me veía como a una amiga. Y aunque él no me gustaba, no crean que mi ego se engolosinaba con ser la única mujer en el mundo que no despertaba sus apetitos carnales.

Ahora sé que ese rol que yo ocupaba en la vida de Pedro fue la primer sincronía.

Mientras tomábamos el cortado, demorando el regreso a clase, Pedro me arrima hacia el y me dice en voz muy baja: "te voy a presentar a un chico que te va a gustar mucho".

Entonces lo , casi como una aparición, cruzando el espacio con saltitos imperceptibles. Llevaba una barba larga recortada prolíjamente y una remera roja. El típico estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Fue verlo y amarlo todo al mismo tiempo. Calculo que Pedro lo supo por mi cara de idiota, y lo invitó a sentarse. Nos presentamos. Carlos. Yo.

Apoyó el libro en la mesa y esa fue la oportunidad ideal para entablar un diálogo. Que qué leía, le pregunté. Desafortunadamente yo no conocía al autor así que ante su respuesta, opté por el silencio.

A partir de ese momento, Pedro y Carlos empezaron a debatir algo que no llegaba a entender. Mi performance era la peor. Pero estaba frente a él, y eso me bastaba para ver cómo el sol le arrancaba de los ojos un brillo color miel delicioso.

En ese entonces yo tenía un novio con fecha de vencimiento, eso no me preocupaba. Pero tenía que lograr que Carlos se enamorase de mí, antes del receso de los finales.

Para alcanzar tal fin, usé mi arma más letal: la persecución solapada. Por si alguien no la conoce, cosa que dudo, la misma consiste en generar la mayor cantidad de encuentros con la persona amada, pero hacerlo con tal disimulo que se tomen como fruto de la mera coincidencia.

Entonces lo veía comprando apuntes, y justo yo pasaba por ahí a comprar unos textitos. Carlos estudiaba en la biblioteca, pues a leer en la biblioteca se ha dicho. Así me lo cruzaba todo el tiempo, él con su media sonrisa, y yo con el itinerario de torpezas que son mi marca registrada. Que me llevo gente por delante, que tartamudeo o hago comentarios inmundos de lo tontos que son.

Así, a trabajo de hormiguita, un día me llama para pedirme unos apuntes. Yo le paso la dirección y me pongo verborrágica. Otra vez mi repertorio de frases chistosas. Milagrosamente vino. Yo salí a la puerta de calle porque en ese entonces vivía con mis padres. Nos reparamos de la lluvia. En realidad él se refugio abajo de un techito mientras yo me mojaba como una tonta. Me había traído un chocolate enorme. Y me preguntó si salía con alguien. Yo todavía mantenía a ese noviecito pero balbucié algo incomprensible y cambié de tema.

A partir de ese momento vinieron los cafés a rolete. Cada gramo de cafeína era una mariposa más que me atacaba como los pájaros de Hithcock. Un día el grupo de la facu organiza una salida, yo me sumo con un entusiasmo furioso. Carlos también acepta. Salimos de clase a las nueve de la noche y uno a uno los chaperones de turno se empiezan a dar de baja. Entré en pánico.

Entonces Carlos dice las palabras mágicas: "¿salimos igual?"

Yo no podía darme el lujo de pasearme con un hombre que no fuese mi entonces novio, y porque soy muy perseguida dije: "ok, pero vamos a tu casa". Siempre fui bárbara en esto de hacerme desear.

Conocí su casa y su mundo. Me mostró libros, discos, videos. Yo me tiraba en su sillón y me cubría la boca con la copa de vino. No sé si llegué a hablar en algún momento. Si recuerdo exactamente lo que él me dijo. Que le gustaba mucho, y que dejaba todo por mí. En clara alusión a que yo tenía que devolver gentilezas y dejar a mi novio.

Fue exactamente lo que hice al día siguiente. Un llamado rápido y el otro pobre cristo que no entendía nada de lo que estaba pasando. Resuelto el asunto, me fuí corriendo a la facu. El viaje hasta allá me llevaba una hora y no tenía ninguna clase ese día. Y eso le dije a Carlos cuando lo ví, que había venido sólo para verlo y que lo otro ya estaba.

Carlos se sonrío con esa media sonrisa que adoraba y me invitó otro café.

Con algunos intervalos, nos amamos durante cuatro años.

Y después dejamos de hacerlo. Al menos eso nos dijimos.

Sí estoy convencida de que fuimos abandonados por la sincronía del cosmos. Porque nunca más volví a verlo. Incluso sé que está muy bien con su novia. Pero a veces, por un ratito nomás, pienso que quizás sea cierta esa ingenua teoría de las almas gemelas. Y que yo la conocí un día cualquiera, a las diez de la mañana, hace siete años.

sábado, 18 de octubre de 2008

No hay nada mejor que un Sábado a la noche

Me acabo de someter a un ejercicio nada recomendable para un sábado a la noche: la reunión familiar.

El primer indicio de que hoy no iba a ser una gran velada lo tuve en el viaje en el asiento trasero del auto de mis padres. Habrá que practicar entradas más triunfales, porque llegar a un evento de la mano de papá y mamá anula cualquier posibilidad de ser considerada una mujer exitosa por la concurrencia.

Otro gran error es acudir sin regalo para el festejante. Mis razones parecían convincentes, que no me percaté de la magnitud del festejo, que la falta de tiempo, que estamos a una altura del mes...suerte que mamá acudió a mi rescate con una frase exquisita: "sos la soltera de la familia, es lógico que no regales". Cito textual porque si alguién me pidiera que explicase qué quiso decir mi madre con eso, tendría que admitir que, como tantas otras veces, me quedé atónita frente a su universo incomprensible.

Pero ese tipo de máximas maternas, aunque no atañen a mi entendimiento, tienen un efecto instantáneo y letal sobre mi autoestima. De la soltera de la familia, a la solterona de la fiesta hubo un solo, microscópico, paso.

Ante tanto estigma había que adoptar un bajo perfil ¿Cúal era la mejor vía de escape frente a la mirada compadacida de los invitados? Veamos: están los sobrinos y la posibilidad de que algún desprevenido se crea que uno es mío. Entonces agarro a la más chiquita, para darle mayor verosimilitud a mi rol, y la voy arrastrando por el jardín en pose de madre consternada. Hasta que la pequeña se agota de mis juegos y descubre que allí está su hermanita y sus primos, mucho más vitales para los correteos.

Abandonada en la pista, acudo al refugio de los canapés y los calentitos, hasta que el blend de sabores se transforma en un gusto monstruoso en mi boca y mi hermana que me dice: "tenés un aliento a roquefort imposible, no
hables con nadie" No es que pensara hacerlo, pero ahora es el acabose y sólo pienso en huir despavorida de semejante aquelarre.

Faltó mencionar que este tipo de reuniones nunca son cerca de casa, con lo cuál espero a que mi conductor asignado decida emprender la vuelta. Claro que para papá esto es un fiestón, y mi agonía puede extenderse todavía un poco más. Por otra parte acelerar el regreso sería un desprecio para los anfitriones, y después de todo, un sábado a la noche merece una trasnochada más digna.

Así que me resigno a esperar que los minutos pasen, sentada en el sillón más apartado del meollo de la fiesta, con cara de poca satisfacción. Pero sin exagerar, no sea cosa que empiecen a acercarse en masa a preguntarme si me siento bien. El único que, finalmente, lo pregunta es el dueño de casa, mi tío. Pero qué voy a responderle si nada de lo que podría decirle sería razonable y ordenado, por lo que le digo: "me cayó mal algo". Es decirlo y sentir que había encontrado la excusa perfecta para arrastrar a papá hacia el volante. Y funciona, sólo que condimentada con las siempre bienvenidas frases de mamá: "sos peor que los nenes, no controlás lo que comés"

Nos vamos, el trayecto hacia casa es el usual, ellos discutiendo por tonterías, como si la hija no estuviese allí. Y yo que voy con la cabeza apoyada en la ventana, como si no estuviese allí.

Llego a mi casa, el lugar dónde puedo estar sola sin culpas. Dónde voy hacia el encuentro de mi computadora y de mi pasatiempo favorito: la soledad, los cigarrillos y la escritura. Sería un plan maravilloso, sino fuese porque vivo en un edificio de paredes delgadas. Y hoy me vecina tiene una noche increíble, está multiorgásmica. Eso me recuerda que hay planes mejores, sí. Pero me consuela pensar que quizás esté fingiendo. Porque nadie puede gritar así después de todo.

Conclusión: el próximo evento familiar acuso malestar estomacal desde el vamos, la próxima vez que me cruce con mi vecina en el ascensor le pido la receta. Y el próximo sábado hago lo que sea, para no volver a casa con la sensación de que nadie en el mundo está tan desgarrado por la soledad como yo lo estoy, en este preciso instante.

viernes, 3 de octubre de 2008

¿Soy un espíritu libre?

Las parejas se aburren. Al menos desde la perspectiva del que está solo. No estoy pensando en noviazgos apasionados, de los que forcejean por la calle o se besan dejando el último aliento en una esquina. Pienso en una foto de una pareja sólidamente constituida, de esas que se abrazan en una playa caribeña, en su luna de miel. Son la muestra más concreta de todo el tedio del que es capaz este mundo.

La rutina, no me canso de oirlo, es lo que mata la pareja. La monotonía. Llegar a casa después del trabajo, encontrarse con la misma cara que despediste a la mañana, un poco menos fresca. Cocinar el menú de los jueves, poner el disco de la semana, o lo que es peor, compartir un gusto morboso por la mala novela de las nueve. Y que eso derive en una maratón de novelas y series, hasta que a las doce, la noche se convierta en el sueño que nos permitirá afrontar otra jornada. Por supuesto que nada de sexo, mucho menos a la mañana, cuando con las corridas apenas logramos combinar el corpiño con la bombacha.

Yo creo que es hermoso poder compartir tanto aburrimiento con alguién.

Examinemos, por contraste, la rutina de alguién que vive solo. Un día cualquiera entre semana, llego a casa después del trabajo, prendo la luz del pasillo. La casa estuvo sola todo el día y hay que ahuyentar a los fantasmas. Luego toda la serie de pequeños e inofensivos hábitos cuya función es esencial: habitar el espacio. De la luz paso al sahumerio. Después guardar los platos que quedaron secándose la noche anterior. Luego el disco o la radio, y entonces me siento, enciendo la computadora y fumo, un cigarrillo eterno. Quizás porque me prenda una tras otro, nunca logro llevar la cuenta. Después hay que cenar y ojalá tuviera menú de los jueves, pero ahí sí que dejo un espacio completamente librado al azar: como lo que haya.

Y sí, yo también frecuento la mala novela de las nueve, pero en el fondo me aburre tanto, que no puedo evitar que me gane el sueño hasta que me despierte la tele encendida y el noticiero de las siete. Mis bendiciones para este nuevo día que comienza. Por supuesto nada de sexo, mucho menos por la mañana, cuando con las corridas apenas logro encontrar un corpiño y una bombacha. Punto. Qué importa si combinan.

Vivir sólo es un pasaje sin escalas al universo fabuloso de los trastornos obsesivos compulsivos. Qué pasaría si un día llegase a mi casa luego del trabajo y no prendiera la luz del pasillo, y dejara que los platos se sequen un día más. Y en vez de poner el disco me fuese a bañar, y a eso de las diez salga a caminar por las bonitas cuadras de mi barrio. Se trastornaría mi mundo, me da catalepsia de sólo pensarlo.

Es que los solos nos regodeamos en esa gran libertad que implica no estar condicionados por el deseo del otro. Y sin embargo, la rutina nos tiende sus redes como a cualquier hijo del vecino.

Ojo, quizás lo que nos haga libre sea el pensamiento a futuro. Yo pienso que mañana mismo me puedo mandar a mudar, renunciar a mi trabajo, cerrar las persianas de mi casa hasta nuevo aviso, trasladar el potus a la casa de mis viejos. Y listo. Vivir una vida completamente nueva.

Claro que una persona que esté casada podría fantasear todo esto, y mucho más. Pero yo lo hago sin culpas. Vivir una vida nueva: viajar, enamorarme locamente, soñar con que ese amor sea eterno, proyectar una vida juntos, llegar a casa después del trabajo, encontrarse con la misma cara que despediste a la mañana, un poco menos fresca, cocinar el menú de los jueves...

martes, 6 de mayo de 2008

El aprendizaje

Lógicamente uno nunca se hace solo en esta vida. Y convertirse en un alma solitaria no es la excepción. Muchas personas contribuyen gratamente a esta saludable experiencia.

Yo sueño con la media naranja desde los tres años, por lo menos. Pero claro, ni al principio fue facil. De mi primer gran amor recuerdo poco y nada: lo conocí en la playa, calculo que por eso sólo retuve la imagen de su short hiperajustado y su pelo en pecho. Era italiano. Casado y cuarenta años mayor que yo. Mal comienzo. Mis padres me contaron que cuando el tano me daba la mano en un gesto tierno, paternal, yo estallaba en un mar de lágrimas, desconsolada por la vergüenza.

Siempre lloré por los hombres, esa es mi reacción alérgica.

Cuando tenía seis años conocí a Luisito, el vecino de la quinta. Siempre me enamoraba en verano, estudiaba en un colegio de monjas dónde no había espacio para la testosterona.
Luisito era un poco mayor, no tanto como el tano, pero lo suficiente como para que sólo viera en mí a una posible amiga de su hermanita menor.

Ser una niña fue el principal obstáculo para todos los amores de mi infancia.

Por ejemplo el mejor amigo de mi hermano, a quién vamos a dar un nombre ficticio, no sea cosa que después de casi veinte años vaya a saber que una lo amaba en secreto. A quién engaño, mi familia nunca fue demasiado propensa a los secretos. El día que supe que me gustaba Rogelio Duarte, que me gustaba en serio, que estaba dispuesta a casarme para toda la vida, con el indispensable consenso de mis padres, claro, tenía sólo diez años. Ese día entonces, habrá sido una mirada distinta, un rubor, una sugestión mientras lo miraba patear esa pelota con la energía exagerada del puber, mis ojitos que se deshacían en esa contemplación, y mi hermana que me dice: a vos te gusta Rogelio. Zas, para qué. De mi hermana a mi vieja, de allí a mi tía, mi tío, primo, hermano y, finalmente, a Rogelio. La bola corrió como por una pendiente del monte Everest. Fui el hazmerreír de la familia toda, la chiquilina enamoradiza.

Y como Rogelio era bastante buenmozo, tenía esa confianza inusitada a una edad en que uno se tortura más por el acné que por las cuitas amorosas. Y creo que hasta lo divertía el asuntillo de tener una enamorada tan leal y obsecuente. Ojo que fui constante con mi amor, pasaron años y mis compañeritas del colegio de monjas empezaban a darse sus primeros besos, a tranzar le decían. Y yo no tranzaba nada. Entonces me lo inventaba. Que vino Rogelio un día a visitar a mi hermano y me interceptó en un pasillo de la casa, me arrinconó contra la pared y ahí mismo me estroló la cara de un beso. La fantasía no tenía límites, aunque sólo yo me la creía. Mis amiguitas me miraban con cara de desconfianza, a la distancia creo que sospechaban porque eran escenas demasiado audaces, demasiado perfectas. Y entonces me empezaban a aíslar, yo era la tontita que se inventaba romances, y ellas las piolas bárbaras que los vivían en el mundo real.

Ah Rogelio, lo que sufrí. Máxime que era un ganador que no paraba de tener novias. Le conocí una decena por lo menos. Y cada vez que alguién me venía con el cuento, lloraba. Había creado mi primer ex.

Ahora sé que está en pareja y tuvo un hijo, y no crean que no me duele. Siempre tuve la esperanza de que algún día me correspondiera.

A los quince salí de ese cuento de hadas, del país del príncipe Rogelio, y me enfrenté a la calle. Saqué el registro, como quién dice, cuando tuve mi primer amor, real real: Iván Raskievick.

Los que saben, dicen que para manejar bien hay que saber utilizar los espejos. No sé nada de autos, pero creo que en este consejo reside la clave de todo este asunto (claro que hablo de las relaciones amorosas, pero bien puede valer para el automovilismo), y la clave es la anticipación.

Toda mi relación con Iván fue un cartél con luces de neón que anunciaba la salida final. Me enamoré del sujeto en cuestión, de a poco, gracias a las sincronías, a las casualidades si les gusta más. Qué me lo encontraba en una fiesta, que me lo cruzaba en el shopping, que mi madre había sido vecina de su madre en la adolescencia, que mi padre era colega de su padre. Cuando me quise dar cuenta, ya estaba empañando los vidrios de su coupé. Ojo que no pasó de eso, calculo que yo era demasiado chica y él demasiado tonto. Porque vamos, a esa edad un No, no es algo a lo haya que darle mucha importancia. Pero considerando que mientras me dejaba en mi casa después de cada cita, iba combinando con sus amigos la hora de encuentro en el boliche, y que después desaparecía por quincenas enteras...y bueno, así aguanta cualquiera.

Hasta que llegó el día en que la tierra se lo tragó por completo. Yo me preocupé, pero a esa edad todavía guardaba algo de orgullo y me mordí la lengua y los codos para no llamarlo. Pero como me faltó morderme los dedos, lo llamé. El muy noble me explicó el motivo de su ausencia. No, no había sido víctima de un secuestro, ni lo habían abducido una legión de marcianos. Tampoco había naufragado en alguna isla desierta del Tigre. Simplemente había conocido a otra chica.

Le expresé mis más profundos deseos de felicidad eterna, en otras palabras, que por mí podía morirse en ese preciso instante. Y corté. Y nunca más volví a hablar. Quizás lo haya llamado alguna que otra noche de deseperación, quizás lo haya agregado estas últimas semanas a mi msn, para chatear alguna que otra noche de soledad. Pero son detalles, minucias que no hacen a la historia.

A la distancia, el perdón es inevitable. Sin rencores muchachos, después de todo, fueron sólo un par de lágrimas derramadas por aquí y por allá. Amores no correspondidos no son amores.

A Dios gracias después me amaron mucho. Y conocí esa sensación del pecho cuando se abraza a alguién que se quiere con locura. Y después el dolor del desamor, del pecho que se cierra en un asma.

Alguna vez oí hablar de una maldición gitana que dice: "ojalá te enamores". Lo pienso y me da escalofríos. Estar maldita sería hoy una gran bendición.